BIENAVENTURANZAS (VIII)

BIENAVENTURANZAS (VIII) “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados” (Mt 5,6). Me provoca en las neuronas que el texto hable de “hambre y sed”, dos elementos vitales. Estaba investigando porque me encantaría que el texto vinculara el hambre y la sed con la injusticia. Esta relación que esperaba no existe y, si yo fuera el evangelista, habría hecho lo que me gustaría que hubiera: ¡el hambre y la sed son injusticias! El texto lucano de las bienaventuranzas en Lucas es sucinto: “Bienaventurados vosotros los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados” (Lucas 6:20). Hay dos opuestos: hambre y sed por un lado y abundancia por el otro. El texto de Lucas habla de hambre y sed físicas y el de Mateo incluye la justicia. La pregunta inevitable es: si hay quienes constantemente tienen hambre y sed, ¿hay justicia? ¿No es la injusticia la que promueve la opulencia de algunos y el hambre y la sed de muchos? Como decía el padre Vieira: “Criminales y asesinos no son sólo quienes atacan la vida en plenitud o en el seno materno. Pero también son aquellos que, mediante la explotación, no permiten la supervivencia de sus hermanos, condenando a la gran mayoría de la humanidad a muerte por hambre, desnutrición, enfermedades y todas las consecuencias del uso de las riquezas, la propiedad, la posesión de la tierra o de los medios de producción”. (Padre Nuestro, Ed. Paulinas, pág. 66). Recuerdo un testimonio de una madre guatemalteca que dijo que su hijo murió “soñando que estaba comiendo”. Ronald Sider escribió en su libro, que se convirtió en un clásico, “Los cristianos ricos en tiempos de hambre”: “Cuando una familia no tiene nada para comer, los que más sufren son los niños. A corto plazo, un niño no es un problema tan grave como un adulto sin fuerzas para afrontar el trabajo, pero, a largo plazo, la desnutrición infantil puede generar millones de retrasados mentales” (Ed. Sinodal, pg 29). “Mientras que los pobres generalmente mueren sin mucho alboroto y en relativa oscuridad, los ricos en todas partes del mundo fingen silenciosamente que el hambre ya no existe” (Ídem, pág. 28). Cuando millones pasan hambre o padecen inseguridad alimentaria y se abren templos suntuosos, en los que los predicadores exigen contribuciones con la falsa promesa de prosperidad y el evangelio que predican no habla de injusticia, hambre, sed y pobreza, hay algo malo y pecaminoso. Estos “predicadores” demonizan el hambre y a los hambrientos, expulsan demonios, demonizan las religiones afro. Se alían con quienes habitan los palacios y practican la injusticia de extorsionar a los pobres con falsas promesas para conseguir votos. Halagan a los poderosos de turno. ¡Esto es una injusticia! El gobierno que gasta millones para tener apoyo parlamentario y no tiene los recursos para mejorar la ayuda a los hambrientos del país es injusto. Una iglesia se conoce a sí misma por su contabilidad: ¿en qué gasta sus recursos? ¿Con equipos de sonido y focos, o con ayuda para quienes lo necesitan? No está de más recordar que la exhortación del profeta Malaquías, tantas veces utilizada para aterrorizar a los no diezmadores, (“¿Robará el hombre a Dios? Sin embargo, vosotros me robáis a mí, y decís: ¿En qué os hemos robado? En diezmos y en ofrendas). "Malditos seréis con maldición, porque me robáis a mí, toda esta nación. Traed todos los diezmos al alfolí, para que haya alimento en mi casa" (Ml 3:8-10) dice que los diezmos son para que haya comida. El Templo era el centro para ayudar a los necesitados. Si lo que la Iglesia gasta no es en ayuda a los hambrientos y en justicia, ¡podría ser cualquier cosa menos la Iglesia! Marcos Inhauser

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