BIENAVENTURANZAS (XI)
BIENAVENTURANZAS (XI)
La metáfora es antigua y se puede encontrar en los Salmos: “corazón y manos limpios” (Sal 24,4). La idea de manos limpias está presente en varios salmos (7:3; 18:20; 26:6, 10; 73:13 y otros) relacionados con la santidad de los actos, manos que no están manchadas de sangre o actos reprensibles, especialmente en las relaciones con los demás. Asimismo, el corazón limpio también se relaciona con la idea de personas que sean honestas conductualmente en sus relaciones, sin trampas ni engaños. Por otra parte, es claro que las constantes promesas se refieren a la acción divina: de ellos es el reino de los cielos, serán consolados, quedarán saciados, obtendrán misericordia. Los intérpretes mecanicistas, que trabajan en el juego causa-efecto, pueden argumentar que las promesas son un resultado natural de las acciones experimentadas.
Ambas metáforas surgen de la bienaventuranza presentada por Jesús. Cabe señalar que todos ellos tratan de relaciones. No están dirigidos al culto, a la alabanza, sino a la paz, la santificación y la honestidad en la vida diaria, en el contacto con los demás. La preocupación es vivir en armonía, gracia y generosidad.
En los detalles específicos de esta bienaventuranza (“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”) hay algunas cosas para tener en cuenta. La primera es que, a diferencia de otros pasajes del Antiguo Testamento, no trata de las manos limpias. Pero como la idea está tomada de los Salmos, no se puede dejar de trabajar en el dúo “manos y corazón limpios”, ya que la intención es la santidad relacional.
Aunque los intérpretes mecanicistas pueden hacer que sus exégesis sean consecuentes para las bienaventuranzas anteriores, en ésta, específicamente, “ver a Dios” es algo que no necesariamente encaja en esta concepción. En esta promesa hay una experiencia de un nivel misterioso e innombrable. En palabras de Rudolf Otto, “numinoso”.
Esta bienaventuranza que pide un corazón limpio tiene un toque de vivir con cierta ingenuidad. Parece enseñar que vivir sin complots, sin sospechar siempre de los demás, es algo que agrada a Dios, y que quienes viven así tienen más probabilidades de experimentar la presencia de Dios de manera especial en sus vidas. Conocí a algunas personas que vivían una vida ingenua, sin ser por eso imbéciles o idiotas. Eran genuinos. No recuerdo haberlos escuchado criticar a nadie, miraban con generosidad los errores de los demás, sabían perdonar de verdad. Sus vidas fueron cartas abiertas y perfume para quienes convivieron con ellos. Muchas veces pensé que fueron explotados por aquellos que se aprovecharon de esta aparente ingenuidad, pero me di cuenta de que, de todos modos, eran bendecidos. Había en ellos una felicidad interior, una plenitud y plenitud indescriptibles. Ninguno de ellos tenía rasgos narcisistas ni búsqueda de reconocimiento, más bien les molestaba que alguien los elogiara por ese comportamiento discreto y silencioso.
Jesús enseña un estilo de vida sencillo. El reconocimiento por lo que haces te lo da Dios. A veces pienso que el texto debería ser “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos serán vistos de Dios”. No es buscar el agradecimiento de las personas a las que ayudas, ni el reconocimiento mediático o social. Es "la mano izquierda no sabe lo que hace la derecha".
Marcos Inhauser
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