PARTE DE MI INFANCIA Y ADOLESCENCIA FUE ROBADA

PARTE DE MI INFANCIA Y ADOLESCENCIA FUE ROBADA Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que el legalismo, el puritanismo, o como quieras llamarlo, me robó muchos de mis placeres cuando era niño y adolescente. De niño quería jugar con mis autos y caminos hechos más en la imaginación que en la realidad. Pero el domingo fui prohibido. Los domingos había matiné, sesiones infantiles y juveniles en el cine. Nunca pude ir, aunque todos mis amigos iban. En mi adolescencia, cuando me armé de valor y me fui, salía antes del final por miedo a que me agarrara algún vigilante de la espiritualidad y me denunciara. Mi padre no me daba dinero el sábado para que no fuera al cine. Para él, ver una película la noche anterior al domingo podría distraerme de la Escuela Dominical o del servicio que se celebraría el domingo. Hice un acuerdo con el fabricante de palomitas y pagué entre semana las palomitas que consumiría el domingo. Si me preguntasen, diría que no lo había comprado y que me lo había regalado el fabricante de palomitas. Los domingos por la tarde, dos amigos y yo íbamos a una finca a nadar y escuchar el partido de fútbol, lejos de los ojos de la vigilancia. Recuerdo visitar la casa de un anciano en una iglesia legalista que tenía una piscina en su casa. Los niños estaban allí jugando y el hijo del pastor, de la misma edad que los demás, estaba afuera con ganas de participar. Pregunté por qué no estaba nadando: ¡hoy es domingo, soy hijo de pastor y debo dar ejemplo! Durante un año estuve en una pequeña iglesia, en un pequeño pueblo, por actividades pastorales. Llegaba por la mañana, asistía a la Escuela Dominical, tenía la reunión del Consejo y todos se iban a sus casas. Nunca me han invitado a la casa de alguien para almorzar. No había restaurante en la ciudad y yo iba a un bar a comer un bocadillo. Tuve que, en una reunión del Consejo, explicar por qué el pastor iba a un bar en la ciudad. No es extraño que me rebelara y me retirara de este universo opresor. La ruptura fue bastante dramática. Quería vivir las cosas que me estaban prohibidas, muchas sin ninguna explicación plausible. La gracia de Dios me trajo de vuelta. Pero volví al mismo universo opresor del legalismo. El día que me expulsaron del Instituto Bíblico, al bajar del autobús en la terminal de ómnibus de Campinas, me encontré con un compañero del liceo que había ido al Seminario Católico. Conté lo que había sucedido. Me contó su experiencia: “es fuera de los muros de la religiosidad que se conoce la bondad de Dios. Disfruta de este tiempo de libertad”. Disfruté y disfruto. Marcos Inhauser

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